martes, 1 de mayo de 2012

Nunca he conocido a los inquilinos de mi vida.

No he sabido cuando salen, cuando entran,

en qué estación desconocida descansan sus miserias.

Las mujeres han salido de este cuerpo a los portazos

quejándose de mi tristeza,

en algunas temporadas se han quejado de humedad

de mucho frío, de algún extraño moho en la alacena.


Se marchan siempre sin pagar los inquilinos de mi vida

y el patio queda nuevamente solo

en este hotel de paso donde siempre es de noche.


Federico Díaz Granados