—¿Qué? —murmuré con acritud.
—Te gusto, ¿vale?
—Sabes que sí.
—¿Más que cualquiera de los chicos que conoces? —permanecía tranquilo y sereno, como si mi respuesta no le importase o ya supiera cuál iba a ser.
—Y más que las chicas —señalé.
—Pero eso es todo —sentenció. No era una pregunta.
Era duro responderle, pronunciar esa palabra. ¿Se sentiría herido y me evitaría? ¿Cómo iba a poder soportarlo?
—Sí —susurré.
Me dedicó una gran sonrisa.
—Pues no hay problema, ya sabes, como tú eres la que más me gusta y crees que estoy bien... Estoy preparado para ser sorprendentemente persistente.
—No voy a cambiar —repuse; oí el tono triste de mi voz a pesar de que había intentado que sonara normal.
Permaneció pensativo, sin hacer bromas.
—Se trata aún del otro, ¿verdad?
Me encogí. Resultaba extraño que supiera que no debía pronunciar su nombre, así como lo de la música en el coche. Me había calado en muchas cosas que yo no le había dicho jamás.
—No tienes por qué hablar de ello —me dijo.
Asentí, agradecida.
—Pero no te enfades porque te ronde, ¿vale? —me palmeó el dorso de la mano—. No me voy a rendir. Tengo tiempo de sobra.
Suspiré.
—No deberías desperdiciarlo en mí —le respondí, aunque quería que lo hiciera, en especial si estaba dispuesta a aceptarme tal y como yo me encontraba, es decir, como algo muy parecido a un objeto estropeado.